Este blog forma parte de la iniciativa "Ciudad Filosofía" recogida en la web (enlazada en el menú de arriba), pero mantiene una estructura más dinámica permitiendo a los/las miembros del grupo hacer sus aportaciones de manera más fluida.

martes, 19 de febrero de 2013

Citas para parecer inteligente (o no)

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)


Lo cierto es que no somos muy amigos de las citas sacadas de contexto a modo de frases lapidarias (ya sabes, al estilo de eso que a veces nos encontramos en los sobrecitos de azúcar). Diríase que con tal recurso se pretende que las grandes cuestiones del universo y de la vida pudieran ser resueltas con una mera sentencia ocurrente. Nos tememos que las cosas son algo más complicadas que eso. Por otra parte, además, el coleccionar esas frases parece en ocasiones un patético intento de disponer de un repertorio de píldoras de supuesta sabiduría con el que epatar a nuestros contertulios importando poco si tan siquiera comprendemos lo que estamos enunciando (siendo lo importante tan sólo el "como dijo..."). Sin embargo, y cayendo en una de esas contradicciones que nos convierten en humanos, demasiado humanos (que decía el tío Federico), también nosotros tenemos nuestra propia colección de citas, y de ella hemos decidido entresacar en esta ocasión unas cuantas que se encuentran unidas por un motivo particular: el animar a pensar por uno mismo, una cosa no sólo difícil de hacer sino también difícil de saber cuándo la estamos haciendo realmente. Ahí van (y no te olvides de esgrimirlas en la próxima reunión en que quieras impresionar a tus amigos):







"El hombre es individualmente inteligente y colectivamente estúpido".
(Stanislaw Jercy Lec)











"Donde todos piensan igual, ninguno piensa mucho". (Walter Lippman)










"La primera gran virtud del hombre fue la duda y el primer gran defecto la fe".
(Carl Sagan)










"Cada vez que se encuentra usted del lado de la mayoría, es el momento de hacer una pausa y reflexionar".
(Mark Twain)









"Hay que estar contra lo ya pensado, contra la tradición, de la que no se puede prescindir, pero en la que no se puede confiar".
(Karl R. Popper)







"La interrelación del poder de la estupidez de abajo y el amor al poder de arriba paraliza el esfuerzo de los hombres racionales".
(Bertrand Russell)










"¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".
(Albert Einstein)








"Días de Nietzsche en Turín"

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)





En esta ocasión te proponemos una sesión de cine, así que repantígate en tu sillón favorito y coge el cubo de palomitas y el refresco supersize (aunque, personalmente, prefiero unos taquitos de jamón y una cerveza... supersize también, eso sí).

En cartel tenemos una bastante desconocida película sobre don Federico que nos puede ayudar a completar nuestro repertorio de biopics filosóficos (con la trilogía de Rossellini indiscutiblemente a la cabeza del género). Se trata de la producción brasileña Días de Nietzsche en Turín (Júlio Bressane, 2001).

Siempre resulta cuanto menos curioso ver plasmado en imágenes cinematográficas a un personaje histórico. Cuando, además, tal personaje es como el que protagoniza esta película, no resulta menos estimulante comprobar cómo se ha superado el reto de generar hora y media de metraje en base a unas "aventuras" que transcurren en el terreno del pensamiento.
      La película, como su título revela claramente, relata el periodo de estancia de Nietzsche (otoño e invierno de 1888) en la ciudad italiana de Turín. Sus problemas de salud impelieron al filósofo a desplazarse frecuentemente a lo largo de Europa en busca de climas benignos para su estado. Así, residió temporalmente en lugares como Sils Maria o Niza y también, como ya hemos dicho, en Turín. Ésta fue además la ciudad en que transcurriría su último periodo de actividad, pues sería allí donde sufriría la crisis que le sumiría sin vuelta atrás en un estado de enajenación mental que le obligaría a retirarse de la vida pública e intelectual durante la década que aún restaría hasta su muerte. Pero la época de Turín fue también la de la máxima madurez de su pensamiento y la de mayor fecundidad en su producción literaria; un momento aparentemente muy satisfactorio en la vida del filósofo, según se trasluce en su correspondencia.
      La película, por lo tanto, retrata esos meses de la vida de Nietzsche, al que vemos pasear por Turín, relacionarse con sus vecinos, leer y escribir (resulta emocionante contemplar a Nietzsche "en acción", al menos desde cierto punto de vista fetichista) y, también, en el último tramo de la película, sumirse en la locura (muy curiosas a la par que sobrecogedoras esas imágenes de cierre en que se dota de efectos de movimiento a una serie de fotografías del pensador ya convaleciente). Pero sobre todo le vemos o, mejor, le escuchamos pensar. Porque la película, carente de diálogos, se construye alrededor del recitado de textos del filósofo. Ello, junto con un recorrido visual por Turín y una soberbia selección musical (Bizet, Wagner,... y también algunas composiciones del propio Nietzsche) dan lugar a una obra concebida para ser paladeada de modo pausado y reflexivo (desde luego, ni te acerques a ella si eres de esas personas incapaces de disfrutar de la lentitud en el cine).

Ni mucho menos se trata de una película magistral, pero sí lo suficientemente interesante como para que merezca la pena dedicarle una parte de nuestro escaso tiempo vital (cosa que, sabemos perfectamente, no se puede decir de muchas otras de nuestras ocupaciones). Además, bien puede servirnos para ayudarnos a olvidar la pésima El día que Nietzsche lloró (Pinchas Perry, 2007).

Bueno, pues no digo más. No olvides silenciar tu teléfono, que esto empieza ya:





Deleuze (por una vez y sin que sirva de precedente)

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)


Gilles Deleuze no es precisamente santo de nuestra devoción, como no lo suele ser nada de lo que huela a posmodernismo. No obstante, al César lo que es del César. Hemos encontrado unas palabras suyas que nos han gustado, y que vienen a propósito de la tan traída cuestión de la utilidad de la filosofía, que algunos andan diciendo por ahí que ha muerto (no, que estaba de parranda). Este fragmento del filósofo francés posee un valor añadido: que, para variar, se le entiende. En fin, como solemos hacer cuando dedicamos una entrada a una cita que nos ha gustado, callamos pronto y cedemos gustosos la palabra al invitado:


Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía.
    Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene un uso: denunciar la bajeza en todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las victimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral, y la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?
     La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que quisieran… pero ¿quién a excepción de la filosofía se lo prohíbe?


No, no es Leonard Cohen. Es Deleuze.