Desconocía y me ha gustado la expresión que Jordi Llovet, en un artículo acerca de George Steiner (suplemento Babelia de El País de 02/07/16) adjudica a José María Valverde al citarle diciendo que éste acuñó la etiqueta "especialista en generalidades", aparente oxímoron para referirse al humanista de intereses y conocimientos extensos, variados y, por qué no, incluso dispersos (o, también podríamos decir, el que se caracteriza por saber un poco de todo y mucho de nada), con una visión más global que de detalle y capaz de interrelacionar de manera holística las más distintas facetas de la realidad, el cual contrasta con el especialista sensu stricto, que hoy en día se entiende que normalmente (y normativamente) lo es en algún asunto técnico, tecnológico o, como mucho (en cuanto a adentrarse en el terreno de lo teórico), tecnocientífico, y que, frente a este último, parece encontrarse en peligro de extinción ante la ausencia de valoración y, en consecuencia, de atención, por parte tanto de instituciones gubernativas, educativas y económicas como de la sociedad en general. Es esa concepción de nuestra cultura, la cual se está potenciando desde instancias oficiales, la que imposibilita que buena parte de nuestros ciudadanos puedan ser capaces de comprender una oración tan absurdamente larga y plagada de subordinadas como la anterior (o como esta misma, aunque un poquito menos en su caso), la cual resulta de manera obvia totalmente antiperiodística y posiblemente incluso antiliteraria, a menos que uno sea Sánchez Ferlosio, que ya le digo a usted que no aunque nos gustaría.
Todo esto viene a cuento de que, leyendo el artículo arriba mencionado junto con una jugosísima entrevista a Steiner que aparece junto a él (ambos rematados con unos breves apuntes sobre su obra), se nos ha recordado de nuevo la tan traída "crisis de las humanidades". Tampoco vamos a ponernos ahora a abundar en el análisis del fenómeno, que ya lo han hecho tantos otros mucho mejor de lo que pudiera hacerlo jamás el aquí firmante (únicamente como botón de muestra al respecto, no podemos dejar de recordar y recomendar el celebrado La utilidad de lo inútil, de Ordine). Nuestra única intención en este momento era abrirles el apetito con respecto a esa especie de minimonográfico sobre Steiner con que nos ha regalado El País (por si alguien se ha perdido, recordemos: aquí, aquí y aquí), así como con respecto a las mismas figura y obra de este pensador,
personaje que, como bien se transmite en los textos mencionados y arriba ya hemos sugerido, es posiblemente uno de los últimos de su especie (sobre todo una vez ya desaparecido Umberto Eco). Y difícilmente sustituible cuando llegue el momento (tiene ya 88 años), dado que nada en las condiciones socioculturales en que ahora nos encontramos favorece la existencia de individuos con semejantes bagaje y actitud intelectuales.
Y así volvemos al asunto aquél del menosprecio y desplazamiento de los saberes humanísticos que ahora, en la fase preparatoria del próximo curso escolar, en el cual se termina de implantar la LOMCE del infausto exministro Wert, no podemos dejar de tener muy presente. Esos saberes que a nuestro parecer reciben su nombre no tan sólo de que tomen como objeto los productos humanos, sino también del hecho de que nos humanizan. En septiembre retornaremos al aula con la inevitable sensación de que ante nosotros difícilmente hay ya ningún potencial especialista en generalidades, sino más bien (en expresión imborrable de una compañera de trabajo de hace ya muchos años) futuros "monitos aprietatornillos". Another brick in the wall, que dijeron otros pensadores de pro.