Michel Onfray
Filosofar como un perro
Traducción de Iair Kon y Mateo Schapire
1ª edición, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2013
El volumen que reseñamos recoge textos procedentes de una serie de libros originalmente editados como una trilogía bajo el título común de La philosophie féroce: Exercices anarchistes (2004), Traces de feux furieux (2006) y Philosopher comme un chien (2010). A pesar de una voluntariosa indagación en Internet y a falta de la posibilidad de tener en nuestras propias manos las ediciones originales francesas para poder cotejarlas con esta edición en español, no hemos conseguido averiguar con certeza los detalles de la traslación. ¿Hay textos de los tres libros o sólo de los dos últimos, como nos indicaría el hecho de que en el copyright no se acredite ningún texto del 2004? Pero, si es así, ¿por qué este libro se encuentra organizado no en dos sino en tres partes, una de ellas con el título general de la trilogía, y qué criterio se ha seguido entonces para semejante agrupación de los textos? ¿Aparece la totalidad de los textos de cada uno de los libros o sólo una selección? En fin, sabemos que después de todo es más importante el contenido en sí que detalles técnicos de ese cariz, pero aún así enviamos un tirón de orejas a la editorial argentina, cuya manera de escamotear información de interés ofrece una evidente impresión de desidia, falta de seriedad y, a fin de cuentas, desagradable amateurismo.
Una vez confesado lo que no sabemos, veamos lo que sí sabemos. Este libro recoge al menos, con (casi) toda seguridad, los textos recopilados originalmente en Philosopher comme un chien, cuyo título es además el adoptado por esta edición. Dichos textos fueron publicados inicialmente como colaboración semanal de Onfray (desde septiembre de 2008 a agosto de 2009) en la revista satírica Siné Hebdó, a modo de columnas de opinión sobre asuntos de actualidad. El resto de los textos, pertenecientes a los otros libros enumerados, aunque no compartan ese origen sí poseen las mismas características formales y de contenido, lo que explica sobradamente que formen conjunto con aquéllos tanto en la trilogía original como en la presente edición.
En el prólogo, subtitulado Bajo el signo del perro (y que aunque en ningún lugar se especifica, tiene todas las trazas de corresponder originalmente a Philosopher comme un chien), el autor habla sobre el sentido, intención y procedencia de los artículos para Siné Hebdó.
Nos recuerda que la labor de redacción de columna de opinión en prensa supone necesariamente una dependencia de los asuntos de la actualidad, pero, por otra parte, éstos pueden servir como punto de partida o coartada para reflexiones más generales y que escapan de lo puramente coyuntural (“[...] sigue habiendo algo universal para meditar en la anatomía de una noticia en particular, porque en la superficie encontramos la sustancia de una época, de un tiempo [...]”). Efectivamente, y tal como dice Onfray, es esa una cualidad que, en nuestra opinión, idealmente siempre debería poseer semejante género literario. Y que, además, es previsible que se potencie cuando el autor es un filósofo, dados los hábitos mentales idiosincráticos de quienes se dedican a esta disciplina. De ahí que hoy podamos seguir leyendo con interés las colaboraciones para prensa de Ortega, del mismo modo que esperamos que dentro de cien años estos artículos de Onfray conserven su interés, a pesar de que muchos de los personajes y acontecimientos a que hacen referencia ya serán desconocidos para el lector del momento.
Onfray también confiesa que en la gran mayoría de los asuntos que trata, aunque desearía encontrar motivos para exhibir actitudes positivas, tan sólo los halla para la crítica y la protesta, de modo que “la ira, al indignación, el enojo, la exasperación, la irritación, dirigen mi pluma”. Y ello enlaza con el espíritu con que el autor pretende teñir estos textos, que es el del cinismo (de ahí el título del libro). Onfray aprovecha para hablar sobre el significado que para su formación personal ha poseído la filosofía helenística en general (esa filosofía para la vida que anima todo su pensamiento) y el cinismo en particular, rememorando la figura de Diógenes y el auténtico sentido que para él existe tras las conocidas anécdotas atribuídas a este personaje: la libertad absoluta ante todo convencionalismo y prejuicio, lo cual Onfray emparenta con el anarquismo moderno, y que se manifiesta en la crítica irreverente contra toda idea establecida, las mismas actitudes y espíritu con que el autor desea teñir estos textos.
En cuanto a los contenidos de los textos, resulta de especial interés la oportunidad de contemplar a Onfray tratando asuntos actuales y en ocasiones cotidianos, juzgando a determinados personajes públicos del momento y manifestando su opinión y posicionamiento personal acerca de cuestiones diversas de orden político y social.
Es recurrente la temática sobre la actualidad política francesa, con alusiones a hechos y personajes que desconocemos. Aunque no por este detalle se pierde el interés al respecto, pues tales asuntos dan pie a Onfray para ilustrar su propio posicionamiento político. Destaca fundamentalmente su crítica hacia el bipartidismo dominante repartido entre una derecha y una socialdemocracia que no se puede identificar con una verdadera izquierda, ambas defendiendo el liberalismo económico. Aunque tampoco se salva de los dardos del autor el comunismo, lo que le da ocasión para arremeter contra todos los intelectuales que lo han defendido, con Sartre a la cabeza, a los que acusa de faltos de pensamiento crítico. Frente a todo ello, Onfray se identifica con el socialismo libertario, posicionamiento ideológico a través del que filtra todas las opiniones expuestas en el libro acerca de asuntos sociales y politicos.
Inevitable en el caso de Onfray, en tanto que es uno de los temas que vertebran su pensamiento y en los que más ha destacado (su obra más célebre con diferencia, que no necesariamente la mejor ni la más representativa de su pensamiento, es su Tratado de ateología), también se repiten en varios de los artículos las referencias a la religión, el ateísmo y la Iglesia, en reflexiones donde nos recuerda su postura e ideas al respecto al hilo de noticias de actualidad sobre el Papa, el mundo islámico o el Dalai Lama, entre otras cuestiones.
Y también abundan los perfiles de otros pensadores contemporáneos, generalmente en tono crítico, como en el caso de Bernard-Henri Lévy (el nombre propio más repetido a lo largo del libro, permitiendo intuir cierta animadversión hacia él por parte del autor), Simone de Beauvoir, el ya mencionado Sartre, Guy Debord, André Glucksmann, Freud (con la narración de los primeros pasos de la investigación que daría como fruto Freud, el crepúsculo de un ídolo, el iconoclasta libro de Onfray sobre el padre-gurú-Papa-chamán del psicoanálisis), Lacan, Alain Badiou. Pero también en algunos casos (pocos, todo hay que decirlo) en tono positivo y ensalzador, como en el caso de Proudhon o Stirner, los cuales el autor presenta como referentes ideológicos. Por enumerar muy rápidamente otros temas, Onfray también nos habla del sistema carcelario, las votaciones democráticas y el abstencionismo, la extensión planetaria de la cultura estadounidense, la eutanasia, el derecho al matrimonio de los homosexuales, la cinegética, Córcega (lugar amado por Onfray), los nacionalismos regionalistas (el equivalente francés a nuestros nacionalismos autonómicos), el sistema público de salud, Calvino, el antiespecismo, el mundillo literario francés, los medios de comunicación, el europeísmo, su trato epistolar con el público, la amistad, la actualización del anarquismo,... y más, resultando imposible enumerarlo todo de manera exhaustiva, ya que es mucho (hablamos de más de un centenar de artículos) y variado.
SELECCIÓN DE CITAS:
Acerca del epitafio de la tumba de Diógenes: “En el mármol, entonces, el transeúnte podía leer: 'Desnudó nuestras quimeras'. No puedo imaginar una mejor definición de la filosofía”.
“Sobre Platón, el filósofo emblemático de los hombres de poder, la referencia de la gente importante, la recomendación de los cómplices del Príncipe, el gurú de los que le venden humo al pueblo, Diógenes decía: «¿De qué sirve un hombre que ha pasado todo su tiempo filosofando sin jamás inquietar a nadie?». Adhiero a esta definición de la filosofía: inquietar, inquietar al fulano lleno de certezas, inquietar al clon que cree que piensa cuando se contenta con duplicar la panoplia de su tribu (tanto de izquierda como de derecha, incluyendo a los anarquistas), inquietar al charlatán que actúa como espejo de su tiempo y de su época, inquietar al lorito del momento que vocaliza las órdenes lanzadas por una sarta de cretinos formadores de opinión. En resumen, inquietar”.
Acerca de la diferencia entre derecha e izquierda: “En pocas palabras, podemos decir que la derecha es fuerte con los débiles y débil con los fuertes, mientras que la izquierda, vía el reparto de bienes, la redistribución del ingreso, el reparto igualitario de las riquezas, la generosidad social, busca alcanzar lo contrario de esta jungla: a saber, la solidaridad con los débiles y el freno con los fuertes, para que no ejerzan su fuerza en perjuicio de los más desprotegidos. Una definición simple de la fraternidad...”.
“El terrorismo, salvo en casos probados, es con frecuencia la palabra que usamos para fustigar al enemigo cuando se lo quiere condenar sin pruebas o antes de constituir su expediente. Fascista, estalinista o pedófilo responden a la misma lógica”.
“Aunque ya no se trate de llevar a cabo la revolución para tomar el poder, la acción política sigue siendo urgente y no se debe renunciar a cambiar el mundo, está claro, pero esta vez debe hacerse multiplicando los actos de resistencia cotidianos -una idea que yo defiendo desde mis lecturas adolescentes de Foucault, Deleuze y Guattari en la Universidad de Caen-”.
A propósito del libro El sabotaje de Émile Pouget: “(...) un principio ético muy simple: se trata de invitar al sabotaje, siempre y cuando resulte perjudicial para el patrón y nunca para los empleados, los usuarios o los consumidores. (…) ¿Lá ética del sabotaje? «Busca mejorar las condiciones sociales de las masas obreras y liberarlas de la explotación que las oprime y las aplasta». Llamo sabotaje negativo a todo lo que termina siendo perjudicial para los usuarios y consumidores, y no para la patronal. Sabotaje positivo es el que, a la inversa, «apunta a la caja de la patronal», según la expresión de Pouget, y beneficia a los usuarios”.
“¡Qué idea más disparatada imaginar que la inteligencia previene de la barbarie, que la cultura impide la maldad, que el refinamiento le prohíbe a uno ser una bestia! (…) Y todas las contorsiones intelectuales no significan nada: se puede ser culto y bárbaro, sólo que éstos no hacen más que llevar la barbarie a grados de refinamiento intelectual insospechados; eso es todo”.
Citando a La Boétie: “(...) frase que constituye el epicentro libertario del Discurso de la servidumbre voluntaria: «Tomad la resolución de no servir y seréis libres»”.
“Así es como se reconoce al devoto: es incapaz de familiarizarse con los argumentos de quienes no comparten su fe sin insultarlos”.
“¿A qué se parece una vida filosófica? Presupone un motor existencial ideal y no sólo un motor biológico. Antes de cualquier acción, se necesitan una serie de proposiciones teóricas en función de las cuales uno puede luego organizar su vida cotidiana en detalle. Claro que se puede alegar que hay una gran cantidad de escuelas de sabiduría, numerosas vías en dirección al bien supremo, incluso que existen varias definiciones de este famoso bien supremo... Sin embargo, en más de veinticinco siglos de filosofía occidental, aunque hayan aparecido muchísimas maneras diferentes de acceder a él, el objetivo sigue siendo el mismo: relacionarse con uno, con los otros y con el mundo de una manera suficientemente controlada como para poder ser dueño de sí mismo en cualquier circunstancia. De ahí el trabajo sobre los propios deseos: no desear más de lo que puede ser satisfecho; no querer lo imposible y contentarse con lo realizable; no confundir los deseos con la realidad”.
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