Este blog forma parte de la iniciativa "Ciudad Filosofía" recogida en la web (enlazada en el menú de arriba), pero mantiene una estructura más dinámica permitiendo a los/las miembros del grupo hacer sus aportaciones de manera más fluida.

viernes, 4 de enero de 2013

Los valores del conocimiento

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)


La ciencia moderna (la que comienza a gestarse en el Renacimiento) es, hasta el momento, la mejor vía que ha establecido el ser humano para nuestro conocimiento de la realidad. Ello no significa que sea perfecta ni infalible, desde luego (quizás no sea, en todo caso, sino la menos mala de las opciones, como dijera Churchill de la democracia). Y es precisamente la capacidad de reconocer su propia falibilidad una de sus virtudes, puesto que en tal presupuesto se basan los mecanismos autocríticos que le permiten avanzar y conseguir una cada vez mayor aproximación a la verdad, a diferencia de lo que sucede con las creencias dogmáticas, pétreas e inamovibles.

El 25 de marzo de 2010, Ramón Núñez Centella, director del MUNCYT (Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología), interviene en el Senado sobre Cultura Científica durante la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo (¡qué largo!; como para recordarlo, ¿verdad?), donde asistieron más de 30 representantes de 19 países.

Entre los diversos puntos expuestos en su alocución, realiza una brillante enumeración de los valores que la ciencia contribuye a aportar a la esfera de la cultura, y que aquí consideramos valores propios del conocimiento  racional en general, más allá de su circunscripción a las disciplinas académicamente clasificadas como "científicas". Diversos medios se han ido haciendo eco de esta aportación desde entonces. Nosotros no podíamos ser menos, puesto que nos identificamos con todos y cada uno de tales puntos. Aquí están:

1. Curiosidad. La ciencia se basa, ante todo, en un insaciable deseo de conocer y comprender, que se puede manifestar de muchas formas; por ejemplo, en la búsqueda de datos complementarios y de su significado en cada situación. Albert Einstein sintetizó como nadie la necesidad de curiosidad: «Lo importante es no cesar de preguntarse cosas».

2. Escepticismo. La ciencia promueve la búsqueda y exigencia de pruebas, y la evaluación continua del conocimiento con espíritu crítico. En ciencia se ha de cuestionar todo y es imprescindible la honestidad, pues tarde o temprano se impone la realidad de los hechos.

3. Racionalidad. Entendiendo como tal un respeto a la lógica, así como la necesidad de considerar antecedentes y consecuencias de cada fenómeno analizado. Es la base para buscar causas y motivos de los fenómenos. Por ejemplo, la persona racional no es supersticiosa.

4. Universalidad. Es decir, que lo que es válido para uno es válido para todos, independientemente de la raza, la religión o la cultura. La ciencia y la tecnología constituyen un elemento común a las culturas del mundo, pertenecen a toda la humanidad.

5. Provisionalidad. Es una característica esencial del conocimiento científico. Aunque pueda resultar incómodo, debemos incorporar ese hecho como un valor, frente a esquemas de certeza, permanencia e inmutabilidad. Este es un punto crítico, porque a muchas personas les gustan las respuestas firmes, y la incertidumbre es difícil de aceptar. Hemos de acostumbrarnos -educarnos- a convivir con la provisionalidad: «No se llega a la certeza con la razón sino con la fe», nos dijo Guillermo de Occam.

6. Relatividad. Muy relacionada con lo anterior está la necesidad de matices que necesita una calidad en las afirmaciones. La incertidumbre de resultados, el margen de error, el borde de la indefinición o la frontera son terrenos habituales por donde se mueve la ciencia, y el transitar por ellos nos educa en la comprensión de los niveles de riesgo, el valor de las estadísticas y la capacidad de evaluar a priori el éxito o fracaso de una iniciativa.

7. Autocrítica. Es esencial en la ciencia el dudar de toda conclusión que uno mismo formula, comenzando inmediatamente a buscarle sus puntos débiles. La ciencia es crítica consigo misma, y también debe estar abierta al escrutinio social, histórico y cultural, tanto por parte de intelectuales como de la sociedad en general.

8. Iniciativa. La necesidad de revisión continua que tiene la ciencia y la posibilidad permanente de mejorar las soluciones tecnológicas obligan a una actitud de inconformismo y emprendedora, a la valoración y asunción de riesgos en la innovación, asumiendo los ensayos fallidos como pasos imprescindibles y útiles de un proceso.

9. Apertura. Es decir, la disponibilidad para escuchar y aceptar ideas de los demás, y también para cambiar las propias en función de las evidencias que se nos ofrecen. La apertura es imprescindible para la innovación y para que fructifique la creatividad.

10. Creatividad. Es clave en la tecnología, para buscar soluciones a problemas divergentes, y para establecer relaciones originales, diseñar experiencias, proponer hipótesis, inventar y diseñar leyes, crear modelos, teorías, aparatos, mecanismos, procedimientos, métodos...


En definitiva, un estupendo decálogo contra las mentalidades cerradas, irracionales y dogmáticas que tanto nos perjudican como individuos y como colectivo. 

¡Hombre, don Immanuel, usted por aquí!

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)


Mi texto preferido de Kant es, sin duda y de largo, ¿Qué es la Ilustración?. Publicado en 1784, resulta perfectamente vigente en nuestros días y seguirá siéndolo mientras, por desgracia, no cambien muchas cosas. Aquí voy a compartir un extracto del mismo, porque soy así de generoso y también porque a estas alturas se encuentra libre de derechos de autor. Iba a acompañarlo con algunos comentarios personales (esos lúcidos y tremendamente reveladores análisis que me caracterizan), pero dos cosas han detenido esa intención inicial: la pereza y que no quiero obnubilar a mis lectores con el talento que desbordo. De todas maneras, las palabras del tipo más soso (suponemos) de Königsberg hablan por sí solas. Únicamente una cosa: apliquémonos el cuento.




La Ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.

Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.

(...) Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe!


Advertencia: este blog no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores (el señor Kant en este caso). Lo decimos por esa frase de "como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo)" ¡Glups!



Tebeos para pensar

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)





Siempre seremos favorables a los intentos de aproximar la filosofía al gran público. Convertida como está en una disciplina endogámica restringida al ámbito del academicismo especializado (en gran medida por culpa de los propios filósofos, que tan a menudo, de unas décadas a esta parte, exhiben tanto un lenguaje innecesariamente abstruso como la dedicación excesiva a cuestiones demasiado alejadas del sentir cotidiano), opinamos que, por el contrario, la filosofía debería ser algo situado a pie de tierra, accesible a todo el mundo y engarzado con la vida, nunca con la pretensión de situarse fuera y por encima de ella. Entre tales propuestas podemos situar el hermanamiento entre filosofía y cómic que ha proliferado en los últimos tiempos. Nosotros, que jamás hemos creído en aquello de la "alta cultura" y que, además, seguramente por una cuestión generacional, siempre hemos considerado el cómic como una forma de expresión tan respetable como cualquier otra, no le íbamos a hacer ascos al invento.

Así, la editorial Herder ha tenido la idea de combinar la filosofía con el manga en una colección que hasta ahora ha recogido a Nietzsche y a Maquiavelo (también a Dante, pero este autor ya se sale de lo puramente filosófico). Adaptaciones ciertamente sui generis de Así hablo Zaratustra y El príncipe exponen las ideas de estos pensadores (con más éxito en el segundo caso que en el primero, a nuestro parecer) a través del estilo tebeístico más popular en los últimos tiempos. Pequeño formato, blanco y negro y unos 9 € cada volumen (nada para lo que suelen valer estas cosas).






También tenemos a nuestra disposición el título Logicomix (Ediciones Sins Entido), protagonizado nada más y nada menos que por una de nuestras debilidades personales: el señor Bertrand Russell. En este caso, formato álbum, color y unos 23 € que merece la pena pagar.




Finalmente, otra obra que puede haber pasado más desapercibida por el hecho de encuadrarse en la categoría de libro de texto escolar, pero que pensamos que igualmente puede ser disfrutada por cualquier lector: un curioso manual de Filosofía de 1º de Bachillerato, publicado por Akal, en el que los habituales contenidos de la asignatura son ilustrados con los chistes gráficos del genial y a menudo desconcertante Brieva, en tal profusión que perfectamente podría pasar por ser un álbum más de este autor.




Bueno, suponemos que con todo lo anterior ya tienes para pasar al menos una tarde tonta de domingo. Así que de nada y hasta la próxima.


Cine y problemática de género

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)

Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003).

Lleva camino de convertirse en un clásico para las aulas, y es con toda seguridad la mejor película que nunca se ha realizado sobre el maltrato de género. Retrata con toda fidelidad y realismo los perfiles psicológicos típicos de víctima y agresor, así como la dinámica prototípica del proceso de maltrato, repasando todas las conductas y actitudes habituales de quienes se encuentran implicados en este tipo de situaciones, incluidos los miembros del entorno familiar y social de los afectados. Lo hace además con un muy ajustado dramatismo que evita cualquier sentimentalismo o truculencia gratuitos, así como esquivando inteligentemente los maniqueísmos superficiales y simplificadores. Por todo lo dicho anteriormente, posee la virtud de resultar tan informativa como cualquier manual de un especialista en la materia, al mismo tiempo que resulta un eficaz medio de sensibilización hacia el problema que trata.


Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007).


Película de animación basada en el magnífico cómic homónimo de Marjane Satrapi. Narra las experiencias, desde la infancia hasta la primera juventud, de una iraní que ve nacer la teocracia islamista de los ayatolás, con el retroceso que ello supondría para la situación de la mujer. Es un relato autobiográfico cuyo punto de vista en primera persona le otorga un especial valor. Además de lo más evidente, es decir, permitir descubrir la situación de la mujer bajo el islamismo radical, ofrece otras posibilidades: para muchos espectadores romperá tópicos y estereotipos asentados en el desconocimiento sobre la auténtica realidad de los países de cultura islámica y sus habitantes (oh, sorpresa, son personas que sienten, piensan y actúan como "nosotros"). Incluso, por qué no, puede ser útil para reivindicar el género narrativo del cómic, tan habitual como injustamente menospreciado.


El hombre tranquilo -The quiet man- (John Ford, 1952).


Todo un clásico y una gozada de película. Eso sí, si se es capaz de realizar el acto de abstracción que permita desligar la dimensión estética de la moral (cosa tan posible como deseable en numerosas ocasiones ante los objetos artísticos, desde mi punto de vista), porque se trata del colmo de la misoginia en una pantalla. Una arisca joven cuya fuerte personalidad aleja a todo posible pretendiente (lección nº 1: si aspiras a un marido, sé sumisa) es finalmente "domada" (o reintegrada al rol que se le tiene asignado, si queremos ponernos técnicos) por el protagonista. Y, además, con violencia física incluida, que por el tono desenfadado en que es narrada no debía de resultar en absoluto políticamente incorrecta en el momento de realización de la película. Sospechamos que, bien al contrario, ni sorprendía ni escandalizaba a anteriores generaciones de espectadores (ni, nos tememos, a muchos de los actuales), que asistirían complacidos a la secuencia del desenlace, clímax del desarrollo de la narración, en que la mujer finalmente "recibe su merecido" y se somete al macho de la especie. Aún hay más: todo esto sucede con la satisfecha aquiescencia de ella, con lo que los autores no hacen sino un ejercicio de hipócrita enmascaramiento de la condición de víctima de la mujer. Ésta aparece como cómplice tácita del patriarcado, statu quo que acepta e incluso desea y que, en consecuencia, queda plenamente justificado. Película con mucha miga, como vemos. No sólo retrata los usos y modos de una sociedad androcéntrica, sino que además permite reflexionar sobre la normalidad con que éstos eran asumidos hace tan sólo poco más de medio siglo (y yo diría que aún hoy... y lo que nos queda, por desgracia).




Trailer de Persépolis



Alain de Botton y la filosofía para la vida

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)


El material dedicado a la divulgación filosófica ha proliferado en los últimos tiempos. Aunque no todo él posee la calidad y el rigor que serían deseables, existen algunas cosas realmente interesantes, y entre ellas la labor realizada por Alain de Botton. A lo largo de toda su obra, se ha mostrado especialmente interesado en mostrar y demostrar al gran público que la filosofía no tiene por qué ocuparse necesariamente de cuestiones excesivamente abstractas y alejadas de los intereses del común de las personas, sino que, muy al contrario, puede encontrarse enraizada en lo más vital y ofrecer respuestas también a inquietudes absolutamente cotidianas. Tal es el leit motiv de su libro Las consolaciones de la filosofía (edición castellana en Punto de Lectura, 2006), en el que desgrana las lecciones ofrecidas por una serie de pensadores que, como él y como nosotros, estaban interesados, más que en cualquier otra cosa, en aprender a vivir lo mejor posible. Una traslación a imágenes del mencionado libro es la serie televisiva que aquí presentamos. Recomendamos tanto el uno como la otra.

Incluimos el enlace a la primera parte de cada uno de los capítulos. A partir de él podrás encontrar los correspondientes a las partes restantes:


Sócrates y la autoconfianza



Epicuro y la felicidad



Séneca y la ira



Montaigne y la autoestima



Schopenhauer y el amor



Nietzsche y el sufrimiento