La ciencia moderna (la que comienza a gestarse en el Renacimiento) es, hasta el momento, la mejor vía que ha establecido el ser humano para nuestro conocimiento de la realidad. Ello no significa que sea perfecta ni infalible, desde luego (quizás no sea, en todo caso, sino la menos mala de las opciones, como dijera Churchill de la democracia). Y es precisamente la capacidad de reconocer su propia falibilidad una de sus virtudes, puesto que en tal presupuesto se basan los mecanismos autocríticos que le permiten avanzar y conseguir una cada vez mayor aproximación a la verdad, a diferencia de lo que sucede con las creencias dogmáticas, pétreas e inamovibles.
El 25 de marzo de 2010, Ramón Núñez Centella, director del MUNCYT (Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología), interviene en el Senado sobre Cultura Científica durante la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo (¡qué largo!; como para recordarlo, ¿verdad?), donde asistieron más de 30 representantes de 19 países.
Entre los diversos puntos expuestos en su alocución, realiza una brillante enumeración de los valores que la ciencia contribuye a aportar a la esfera de la cultura, y que aquí consideramos valores propios del conocimiento racional en general, más allá de su circunscripción a las disciplinas académicamente clasificadas como "científicas". Diversos medios se han ido haciendo eco de esta aportación desde entonces. Nosotros no podíamos ser menos, puesto que nos identificamos con todos y cada uno de tales puntos. Aquí están:
1. Curiosidad. La ciencia se basa, ante todo, en un insaciable deseo de conocer y comprender, que se puede manifestar de muchas formas; por ejemplo, en la búsqueda de datos complementarios y de su significado en cada situación. Albert Einstein sintetizó como nadie la necesidad de curiosidad: «Lo importante es no cesar de preguntarse cosas».
2. Escepticismo. La ciencia promueve la búsqueda y exigencia de pruebas, y la evaluación continua del conocimiento con espíritu crítico. En ciencia se ha de cuestionar todo y es imprescindible la honestidad, pues tarde o temprano se impone la realidad de los hechos.
3. Racionalidad. Entendiendo como tal un respeto a la lógica, así como la necesidad de considerar antecedentes y consecuencias de cada fenómeno analizado. Es la base para buscar causas y motivos de los fenómenos. Por ejemplo, la persona racional no es supersticiosa.
4. Universalidad. Es decir, que lo que es válido para uno es válido para todos, independientemente de la raza, la religión o la cultura. La ciencia y la tecnología constituyen un elemento común a las culturas del mundo, pertenecen a toda la humanidad.
5. Provisionalidad. Es una característica esencial del conocimiento científico. Aunque pueda resultar incómodo, debemos incorporar ese hecho como un valor, frente a esquemas de certeza, permanencia e inmutabilidad. Este es un punto crítico, porque a muchas personas les gustan las respuestas firmes, y la incertidumbre es difícil de aceptar. Hemos de acostumbrarnos -educarnos- a convivir con la provisionalidad: «No se llega a la certeza con la razón sino con la fe», nos dijo Guillermo de Occam.
6. Relatividad. Muy relacionada con lo anterior está la necesidad de matices que necesita una calidad en las afirmaciones. La incertidumbre de resultados, el margen de error, el borde de la indefinición o la frontera son terrenos habituales por donde se mueve la ciencia, y el transitar por ellos nos educa en la comprensión de los niveles de riesgo, el valor de las estadísticas y la capacidad de evaluar a priori el éxito o fracaso de una iniciativa.
7. Autocrítica. Es esencial en la ciencia el dudar de toda conclusión que uno mismo formula, comenzando inmediatamente a buscarle sus puntos débiles. La ciencia es crítica consigo misma, y también debe estar abierta al escrutinio social, histórico y cultural, tanto por parte de intelectuales como de la sociedad en general.
8. Iniciativa. La necesidad de revisión continua que tiene la ciencia y la posibilidad permanente de mejorar las soluciones tecnológicas obligan a una actitud de inconformismo y emprendedora, a la valoración y asunción de riesgos en la innovación, asumiendo los ensayos fallidos como pasos imprescindibles y útiles de un proceso.
9. Apertura. Es decir, la disponibilidad para escuchar y aceptar ideas de los demás, y también para cambiar las propias en función de las evidencias que se nos ofrecen. La apertura es imprescindible para la innovación y para que fructifique la creatividad.
10. Creatividad. Es clave en la tecnología, para buscar soluciones a problemas divergentes, y para establecer relaciones originales, diseñar experiencias, proponer hipótesis, inventar y diseñar leyes, crear modelos, teorías, aparatos, mecanismos, procedimientos, métodos...
En definitiva, un estupendo decálogo contra las mentalidades cerradas, irracionales y dogmáticas que tanto nos perjudican como individuos y como colectivo.
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