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viernes, 4 de enero de 2013

Cine y problemática de género

por Agustín Sanz (publicado originalmente en miagoraparticular.blogspot.com)

Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003).

Lleva camino de convertirse en un clásico para las aulas, y es con toda seguridad la mejor película que nunca se ha realizado sobre el maltrato de género. Retrata con toda fidelidad y realismo los perfiles psicológicos típicos de víctima y agresor, así como la dinámica prototípica del proceso de maltrato, repasando todas las conductas y actitudes habituales de quienes se encuentran implicados en este tipo de situaciones, incluidos los miembros del entorno familiar y social de los afectados. Lo hace además con un muy ajustado dramatismo que evita cualquier sentimentalismo o truculencia gratuitos, así como esquivando inteligentemente los maniqueísmos superficiales y simplificadores. Por todo lo dicho anteriormente, posee la virtud de resultar tan informativa como cualquier manual de un especialista en la materia, al mismo tiempo que resulta un eficaz medio de sensibilización hacia el problema que trata.


Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007).


Película de animación basada en el magnífico cómic homónimo de Marjane Satrapi. Narra las experiencias, desde la infancia hasta la primera juventud, de una iraní que ve nacer la teocracia islamista de los ayatolás, con el retroceso que ello supondría para la situación de la mujer. Es un relato autobiográfico cuyo punto de vista en primera persona le otorga un especial valor. Además de lo más evidente, es decir, permitir descubrir la situación de la mujer bajo el islamismo radical, ofrece otras posibilidades: para muchos espectadores romperá tópicos y estereotipos asentados en el desconocimiento sobre la auténtica realidad de los países de cultura islámica y sus habitantes (oh, sorpresa, son personas que sienten, piensan y actúan como "nosotros"). Incluso, por qué no, puede ser útil para reivindicar el género narrativo del cómic, tan habitual como injustamente menospreciado.


El hombre tranquilo -The quiet man- (John Ford, 1952).


Todo un clásico y una gozada de película. Eso sí, si se es capaz de realizar el acto de abstracción que permita desligar la dimensión estética de la moral (cosa tan posible como deseable en numerosas ocasiones ante los objetos artísticos, desde mi punto de vista), porque se trata del colmo de la misoginia en una pantalla. Una arisca joven cuya fuerte personalidad aleja a todo posible pretendiente (lección nº 1: si aspiras a un marido, sé sumisa) es finalmente "domada" (o reintegrada al rol que se le tiene asignado, si queremos ponernos técnicos) por el protagonista. Y, además, con violencia física incluida, que por el tono desenfadado en que es narrada no debía de resultar en absoluto políticamente incorrecta en el momento de realización de la película. Sospechamos que, bien al contrario, ni sorprendía ni escandalizaba a anteriores generaciones de espectadores (ni, nos tememos, a muchos de los actuales), que asistirían complacidos a la secuencia del desenlace, clímax del desarrollo de la narración, en que la mujer finalmente "recibe su merecido" y se somete al macho de la especie. Aún hay más: todo esto sucede con la satisfecha aquiescencia de ella, con lo que los autores no hacen sino un ejercicio de hipócrita enmascaramiento de la condición de víctima de la mujer. Ésta aparece como cómplice tácita del patriarcado, statu quo que acepta e incluso desea y que, en consecuencia, queda plenamente justificado. Película con mucha miga, como vemos. No sólo retrata los usos y modos de una sociedad androcéntrica, sino que además permite reflexionar sobre la normalidad con que éstos eran asumidos hace tan sólo poco más de medio siglo (y yo diría que aún hoy... y lo que nos queda, por desgracia).




Trailer de Persépolis



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